El experimento solar de Aidan Dwyer
Al chaval le podía haber dado por ganar el concurso de poesía de su colegio, o por terminar de ordenar los colores del cubo de rubik, o incluso por ser el pichichi de los partidos del patio. Pero no. Él tenía que revolucionar la tecnología solar. La ciencia se quita el sombrero ante Aidan Dwyer, un prodigio de tan solo 13 años de edad que ha sido capaz de avanzar un paso de gigante en el aprovechamiento de las energías renovables.
Actualización: El experimento resultó ser menos ‘revolucionario’ de lo pensado. Amazings dedica un artículo en profundidad al caso.
El crío, natural de Nueva York, ha diseñado un nuevo prototipo de paneles solares que obtienen un rendimiento entre un 20 y un 50% superior al de los paneles que utilizamos actualmente. Para lograrlo, éste estudiante de séptimo curso observó y se inspiró en el crecimiento de las ramas de los árboles, de las cuáles descubrió que no crecían en direcciones aleatorias: “Estaba en las montañas de Catskill (Nueva York) cuando tuve un flash. De pronto me di cuenta de que la colocación de esas ramas respondía a un patrón seguido por el diseño de la naturaleza. No era una distribución casual”, relata Dwyer.
Al pequeño genio, en vez de darle por trepar, le picó la curiosidad de saber porqué esa colocación se repetía en cada árbol. Por qué la amplitud de los ángulos formados por las ramas siempre era la misma.
Así que tras echar unos cálculos, llegó a la conclusión de que la secuencia que tenían esas medidas se ajustaban a la teoría de la sucesión de Fibonacci, una serie de números descrita por el matemático italiano Leonardo de Pisa en el siglo XIII que explica multitud de distribuciones en elementos de la naturaleza. Aquel repetitivo hecho hizo intuir al infante cerebrito que el motivo que tenían aquellos vegetales para hacer eso no era otro que el mejor aprovechamiento de la luz.
El siguiente paso era probar su teoría. Dwyer construyó un pequeño árbol de PVC siguiendo el patrón de un roble con pequeños paneles solares en lugar de hojas. Junto a él colocó una célula solar convencional. Dejó ambos a la solana y… ¡Eureka!, su invento lograba un rendimiento un 50% superior al del panel plano. “La distribución de las ramas minimiza el tiempo de sombra al que se exponen las hojas y son capaces de captar luz incluso cuando el sol está a punto de ocultarse”, explica el inventor.
Su revolucionaria idea le compensó con el primer premio en el concurso de jóvenes talentos del Museo Americano de Historia Natural y una patente a la que probablemente le pueda dar una suculenta explotación.
Hasta ahora su diseño se ha convertido en el más efectivo en este campo, a excepción de los paneles solares planos dispuestos de un motor que los hace rotar al ritmo del movimiento del sol. Aunque estos últimos necesitan consumir parte de la energía que producen para hacer girar sus mecanismo, mientras que en el artefacto de Dwyer no existe ningún consumo.
El chaval, que considera que “la polución y la destrucción de recursos son los problemas más graves a los que nos enfrentamos los humanos hoy en día”, no da la cima por alcanzada. Asegura que quiere avanzar en su investigación y ya está manos a la obra en el estudio de más especies de árboles y en la construcción de nuevos diseños de producción de energía renovable basándose en los patrones naturales.
“Existen muchos misterios que aún no conocemos ahí fuera. Hemos de saber cuáles son nuestros errores, los motivos por los que destruimos los recursos naturales, y solucionarlos usando la ciencia”, opina el treceañero.
La pregunta es: ¿En qué estaban pensando los científicos que usan ingentes cantidades de dinero para mejorar la efectividad de las energías renovables? En fin, cosas de niños.
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